jueves, 10 de julio de 2008

Épica rauleana


En la funesta hora que la justicia divina,
¡ay, desdicha!, ¡ay, injuria!,
delineó los pasos de tu juventud agnóstica,
tú, Adeodato, no esgrimiste en reparos cabizbajos,
porque la espiritualidad mata, corroe, envejece,
estupidiza, convence, pero no eterniza, ni salva.

Lo ves así, y así lo sostienes; empalador clerical
en noches carnavalescas, gladiador del ateísmo
conscienzudo, defensor de la anti-dulía,
paladín del estoicismo, eterno entre ángeles caídos.

Enfundado en tu casco níveo, con tu barba de bárbaro,
tu resolución de bronce y tu espada de acero,
ateo del agnosticismo, ¡te saludamos!

1 comentario:

Anónimo dijo...

míreme...MÍREME...a mí, míreme