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lunes, 23 de mayo de 2011

La educación en El Salvador, parte I


Estoy consciente de que al escribir este artículo, posiblemente me eche tierra encima de mis aspiraciones académicas y laborales, pero si ya tengo a medio Tabernáculo detrás de mi trompeta gástrica (léase: culo), no veo como podría irme peor. Para aquellos que hayan leído mi blog desde el principio, sabrán que estudio Comunicación Social en la UCA, y si no me equivoco se cumplirán ya casi tres años desde que escribí esa trilogía de entradas –cuando de hecho la gente departía en este expendio. Quisiera escribir un poco sobre mi experiencia educativa hasta el momento, porque hoy tuve una experiencia un tanto desagradable para mi gusto. Advierto que este post no sea como los anteriores por que es más un lloriqueo, pero si deciden leerlo, por favor aguántenme, les prometo darles lo que les gusta después de esta.


Estudié en el Liceo Salvadoreño toda mi vida, sin dejar un año y sin mayores complicaciones. Entre los míos, destaque por ser el niño del coro –puedo cantar, ¿y qué putas pues?- y por no ser tan pendejo para las clases, aunque no en línea con los genuinos intelectuales de mi promoción. Este colegio siempre se ha visto como uno de los bastiones de la educación salvadoreña, con formación integral en los valores cristianos y profesionales bajo la infatigable devoción de los hermanos maristas. He aquí la primera gran mentira.


Sin menospreciar a mis compañeros, que muchos de ellos son excelentes personas y estudiantes, puedo asegurar de primera mano que mucha gente que salió conmigo representaba a la palabra “vivián” mejor que Rodrigo Teos. Individuos con pocas luces más preocupados de fortalecer su hígado que sus cerebros. No me quiero centrar en eso, sin embargo. Tuve profesores muy buenos y otros muy, muy malos. Execrablemente malos. Pusilánimemente malos. No tuve contacto directo con un hermano marista hasta que llegué a noveno grado… porque le tocó darme clase de religión. De lo contrario, los hombrecitos guardados en sus cuevas. Platicando con amigos que salieron de otras instituciones maristas, se quedaban incrédulos al comentarles este fenómeno porque “sus hermanos” siempre pasaban cerca de ellos. ¿Qué podía ser diferente? ¿Por qué la única forma en el Liceo Salvadoreño para conocer a un hermano marista era ser remitido a la dirección o participar de un grupito menor llamado REMAR –cuyo hermano encargado, al irse a Guatemala en “misión de fe” tiempo después, renegó de sus votos y decidió casarse-?


Muchos años después, con mi hermano recién metido en séptimo grado –se pasó de La Asunción- y el testimonio de madres que aún tienen hijos allí, me di cuenta del por qué no interesaba a los hermanos maristas codearse con el alumnado.


Hasta hace poco tiempo, en el Liceo solo había hombres. En los demás colegios había hombres y mujeres. Mujeres. ¿Se dan cuenta? Resulta que hoy, como abundan las centrales lecheras en mi ex colegio (léase: chiches), los hermanos se han puesto las pilas para erectar los valores cristianos y marianos tal cual astas de bandera. Que conste que no sugiero ninguna falta a los votos de castidad, pero hay que dejarse de mierdas y recordar que los hermanos maristas son hombres con testículos y hormonas plenamente funcionales: como dice una canción que me fascina, “la verga es terca”.