martes, 14 de octubre de 2008

Torre de marfil, ora pro nobis (Cómo hablamos, II)

Hola, queridos sabuesos del intelecto. Hoy, al mejor estilo de Rodrigo Ávila, les cumplo la promesa que "firmé" hace unos días: la segunda epístola del tema del vocabulario. Para ponerlos en contexto, entregué este artículo en mi clase de redacción del ciclo pasado con motivo de la siguiente pregunta: "¿Por qué se usa excesivamente la palabra cerote en El Salvador?" Por ende, algunos de ustedes ya lo conocen. Lo publicaré en su forma original, así que las disculpas del caso por si hay algún error de ortografía - lo cual, no dudo.

Si se pregunta usted por qué me tardé tanto en publicar esto si solo requería un vulgar "copy-paste", pues es muy sencillo: el archivo estaba en la otra computadora y no lo encontraba entre tanto relajo. Con eso de lado, hágame el honor de leer el siguiente texto.

Acervo de la camaradería salvadoreña

Los salvadoreños nos caracterizamos por ser personas que, cuando carecemos de recursos, sacamos agua hasta de las piedras. Este mandamiento es inviolable, se busque donde se busque. Si no sabemos el nombre de algo, nos lo inventamos; y si lo sabemos, pero no lo recordamos, no vacilamos en acuñar un sustituto de forma inmediata. Ningún departamento del diario vivir guanaco está tan impregnado de esta ley divina como el trato entre amigos, hermanos y hasta compañeros de borrachera. Si no, fijémonos en algunos motes que utilizamos de vocativos (algunos, más ofensivos que otros) para referirnos a nuestros más cercanos compatriotas: maje, carnal, chavo, cipote, timba, hijue’puta, pendejo, mierda, hermano (y su apócope, “mano”), bato, jonboy (por homeboy), cumbiambero, compadre, mero mero, ingrato, y la lista sigue ad infinitum. De un tiempo para acá, sin embargo, los adjetivos anteriores han sido desplazados del léxico nacional. Parecería que hemos llegado a un consenso para simplificar el proceso de socialización entre nosotros. No camina uno más de una cuadra cuando se es víctima de un estridente “¡cerote!”. Ya sea en boca de un niño o un adulto mayor, esta palabra se ha vuelto más corriente que un dólar. A continuación, se tratarán de analizar las razones de este fenómeno.

Como arqueólogos del lenguaje, los salvadoreños nos maravillamos unos a otros con palabras que ni el más filólogo ni el más lexicólogo podrían construir en sus más aterradoras pesadillas. Esta falta de léxico es la que nos arrastra a ocupar hasta las palabras más inusuales para designar a personas o cosas. Según La Real Academia, “cerote” es una mezcla de una sustancia resinosa (pez) y cera, utilizada por los zapateros para encerar los hilos del calzado. La palabra tiene una connotación diferente en nuestro país, pues la asociamos como aumentativo del cero. Como insulto tiene toda la lógica del mundo. Como muestra de cariño, no. Un padre designa a su hijo con este apodo cuando lo felicita por sus excelentes calificaciones; no obstante, lo insulta con este si llega a cometer una falta grave. Es una versatilidad increíble. Ahora bien, en el primer párrafo se ha hablado de la gran cantidad de formas de designar a un ser querido en nuestro trato social. ¿Cómo es posible que, teniendo tanto “recurso lingüístico” del cual valernos, generalicemos nuestras emociones bajo una sola palabra? Pues no solo se debe a nuestra falta de léxico, sino también a la decadencia de la dignidad humana y a la repetición mecánica.

Exceptuando a los costarricenses, los salvadoreños somos el pueblo centroamericano más escéptico e insensible para con nosotros mismos. Esta realidad se acentuó aún más durante la guerra civil. No es injustificado. Cuerpos mutilados, personas “desaparecidas” y el temor de ser cateados en cualquier momento por La Guardia Nacional terminaron por endurecer el corazón de la gente. Ya no se inmutaban al darse cuenta de que el vecino, con quién se echaban un “tapirulazo” cada domingo, apareciera en una quebrada luego de no verlo durante días. Se empezaron a ver a ellos mismos como peones de ajedrez, o sea, como piezas prescindibles de un juego fuera de nuestro alcance. No había problema, entonces, de investir a alguien –o ser investido- como “cerote” pues, a la larga, todos eran parte del mismo gremio; esto no solo se extendió a nuestras relaciones diarias, sino que también trascendió hacia el ámbito artístico: los músicos eran y son, hasta la fecha, menospreciados; los literatos son vistos de reojo y calificados como “mariguaneros” y fracasados; el que asciende honestamente de puesto en una empresa u oficina de gobierno es tildado de lambiscón. Nadie se escapa a este estigma social. Es la herencia que nos dejaron hace años, y que nosotros nos estamos encargando de transmitir sin reparo.

La diseminación masiva de esta palabra no puede desligarse de otra característica cuscatleca: somos unos imitadores de primera. Si algo nos suena “cachimbón”, lo repetimos hasta niveles cirróticos. Lo mismo aplica para las formas de vestir, de peinar y hasta de actuar; esto es un axioma. Estamos tan acostumbrados a este adjetivo/adverbio/ vocativo/verbo que hasta nos es agradable llamar o ser llamados así. El problema no es que la ocupemos, pues negar su uso –como el de otras leperadas- sería negar nuestra propia identidad, sino su constante e inconsciente locución sin medida que, por desgracia, aprendemos desde temprana edad.

Para finalizar, y después de todo lo anteriormente expuesto, se puede llegar a la conclusión de que para nuestro pueblo, entre más ofensivo es algo, es mucho mejor. No nos quedemos solo en nuestra forma de hablar: visitamos los bares más indecentes, los prostíbulos más inmundos, las pupuserías que se encuentran frente a una parada de buses, los moteles más detestables. Lo más gracioso es que, si no están “a la mano”, los buscamos con ímpetu. Sí, somos mal hablados, mal bebidos, mal “cogidos”, mal dormidos. Somos salvadoreños. Esa es nuestra cruz. Ese es nuestro acervo.


Chepe

PD: Lo sé, "cerote" se relaciona con las heces. Sin embargo, el uso "salvadoreño" de esta palabra es inconsciente de esto, y por eso he tomado la significación de "aumentativo de cero", que me parece más adecuada (si aquí queremos decirle a alguien que parece un producto fecal, le decimos "pedazo de mierda").

PD: Es posible que asesine a Lucy.

PD: Si leyeron hasta aquí, prometo llegar a su casa en brazos de ángeles eunucos para ahuyentar el calor que lo abate con el poder de mi aliento.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Llegué al final XD

Rodrigo Ramos dijo...

hahaha puta, yo también llegué al final xD

Anónimo dijo...

tu aliento no lo quiero!!
pero no la mates, me agreda leerla! solo que publique menos... =)